Desde hace unos años, cada vez está más en boca de todos la palabra “Realfood”, “Realfooding” o “comida real”.
La premisa de este movimiento es clara: se debe mejorar la alimentación basando esta en “comida real” y eliminando los ultraprocesados que consumimos tan habitualmente. Pero, ¿ha funcionado esta moda tan conocida en la comunidad de la salud?
Antes de nada quiero aclarar que esto del Realfood no es ningunha moda. A finales de los años 70, la Dra Luise Light ya había elaborado lo que fue la pirámide de alimentación en la que se basa el movimiento realfooding, con una base de frutas, verduras y hortalizas y en la que no aparecen alimentos ultraprocesados (pirámide de la izquierda, aunque esta es la versión australiana), por lo que se podría decir que fue aquí cuando nació realmente lo que conocemos como realfood. Cabe mencionar que la industria alimentaria no estaría conforme con esta pirámide, y pidió modificarla hasta obtener una versión final menos saludable (pero que beneficiaría a la economía), que es lo que tenemos todavía a día de hoy en centros hospitalarios, colegios y demás instituciones públicas (pirámide de la derecha).
Siguiendo con el objetivo principal de este post, la moda del realfood ha traído, como cualquier otro movimiento, puntos a favor y en contra.
Por un lado ha hecho que muchas personas se hayan dado cuenta de la importancia que tiene a día de hoy la alimentación en nuestras vidas, y que todos los productos medianamente procesados que podemos encontrar en supermercados (precocinados, pizzas, galletas…) no deben ocupar todo el espacio que ocupan a día de hoy en nuestra alimentación.
Pero, por otro lado, también hay que hablar de los problemas que ha traído este tan famoso movimiento, sobretodo aspectos relacionados con la conducta y los TCA. Muchas personas han encontrado en este movimiento un propósito al que aferrarse: “voy a comer de forma saludable, porque eso me da autoestima, mejorará mi calidad de vida y me sentiré mejor conmigo mismo/a”. Finalmente, la realidad resulta ser otra: muchas veces veo en consulta personas inflexibles con su alimentación que practican el «comer real». Personas que no son capaces de comerse un trozo de tarta, un pedacito de pizza cuando salen a cenar o personas que les preocupa constantemente lo que se meten a la boca.
Una cosa es saber lo que estamos comiendo, ser conscientes de que la mayor parte de la alimentación debe estar basada en lo que conocemos como comida saludable (verduras, frutas, hortalizas, legumbres…) y no dejarnos llevar por las comodidades del siglo XXI que tantos problemas de salud ocasional a diario. Pero otra cosa es desarrollar una rigidez cognitiva patológica con nuestra alimentación, no querer hacer vida social por pensar que eso va a arruinar nuestros objetivos y llevar a cabo una conducta estricta y autoritaria en todo lo relacionado con la salud y la alimentación.
Además, también quiero recalcar algo que veo a diario en consulta: sustituir los ultraprocesados que podemos comprar en un supermercado por sus versiones “saludables” no va a solucionar el problema. La base de una alimentación sana es que, precisamente en su base, aparezcan y se consuman verduras, frutas, hortalizas y legumbres. Cambiar los donut de marca por donut de calabaza y chocolate negro, o la pizza congelada por pizza con base de espelta, no consigue que la persona aumente su consumo de alimentos a priorizar. Lo que sí consigue es hacerle pensar que lo está haciendo bien, y hacer que siga una serie de pautas que lo único que hacen es volverla más y más rígida con su comportamiento.
Debemos huír de los extremos, porque como decía Aristóteles:
“La virtud está en el punto medio entre dos extremos viciosos.”
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